Vaticano.- Durante más de una década, el papa Francisco no solo transformó el modo en que se percibe el papado en el siglo XXI, sino que también dejó una huella profunda en uno de los ámbitos más complejos y tradicionalmente opacos de la Santa Sede: la gestión financiera del Vaticano.
Desde su elección en 2013 hasta su fallecimiento en 2024, Jorge Mario Bergoglio, el primer pontífice latinoamericano, asumió con determinación el desafío de limpiar y modernizar las estructuras económicas de la Iglesia católica, marcando un antes y un después en un terreno históricamente marcado por la discreción, el clientelismo e incluso el escándalo.
El Papa asumió el timón de una Iglesia sacudida por crisis internas de gobernanza, acusaciones de corrupción y escándalos financieros vinculados al Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido popularmente como el Banco Vaticano.
A diferencia de sus predecesores, que se aproximaron a estos temas con cautela diplomática, Francisco optó por un enfoque directo y radical.
Aunque el proceso estuvo marcado por resistencias internas, salidas forzadas y hasta juicios por malversación de fondos, la determinación de Francisco dejó una base sólida para un Vaticano más transparente, austero y responsable.
En un contexto global de creciente demanda de rendición de cuentas, su legado económico es tanto un símbolo como una estructura tangible de cambio.
Con su partida, la Iglesia hereda no solo un ejemplo de liderazgo espiritual cercano y comprometido, sino también una institución más consciente de su papel ético en el mundo financiero.
El futuro del Vaticano en este terreno dependerá de si los próximos líderes deciden mantener el rumbo trazado por Francisco o retornar a las viejas prácticas de silencio y privilegios.
El legado económico del papa Francisco: transparencia y reforma en las finanzas del Vaticano
