Santo Domingo, R.D.- Enclavado en la provincia de Monte Cristi, al noroeste de la República Dominicana, el Puerto de Manzanillo, también conocido como Puerto Libertador, posee una característica singular: es el más profundo del país, con hasta 48 pies de calado y varias áreas de atraque que alcanzan los 36, 30 y 25 pies.
Sin embargo, a pesar de este potencial físico, su historia es una mezcla de promesas incumplidas, abandono y oportunidades desaprovechadas.
Un gigante dormido
Con una longitud de 227.70 metros, el muelle de Manzanillo no compite ni en tamaño ni en movimiento con sus hermanos mayores.
Para 2017, apenas registró 156 atracos de embarcaciones, comparado con 1,370 en Río Haina, 870 en Caucedo y 300 en Santo Domingo. Pero lo que le falta en volumen, lo compensa con historia y profundidad.
Construido en 1950 por la Grenada Company, una filial de la poderosa United Fruit Company, el puerto fue parte de una formidable infraestructura agrícola y logística destinada al cultivo y exportación de guineos (bananos).
Además del muelle, la compañía instaló bateyes, casas para ejecutivos, supermercados, sistemas de transporte interno y más.
Sin embargo, en 1963, tras crecientes conflictos laborales con los portuarios locales, la empresa abandonó súbitamente todas sus operaciones y dejó tras de sí un complejo casi intacto… pero sin futuro.
Recuerdos de una era bananera
Durante su auge, el puerto de Manzanillo era el epicentro bananero del Caribe occidental.
Según testigos que vivieron en la zona en aquella época, como un residente temporal en 1960, el entorno contaba con comodidades impensables para la región: supermercados, viviendas con servicios y estructuras que hablaban del poder económico de la United Fruit.
En uno de los bateyes incluso vivió Euclides Gutiérrez Félix, entonces un joven hijo del capitán retirado de la Marina de Guerra Euclides Gutiérrez Abreu, jefe de los guardacampestres de la compañía, nombrado por su compadre, el entonces presidente Héctor Trujillo, padrino del joven Euclides.
Tras la salida de la Grenada, los gobiernos intentaron continuar el cultivo del guineo bajo esquemas estatales y campesinos.
Pero sin la visión empresarial ni la capacidad técnica de la compañía original, los asentamientos fueron precarios, y la infraestructura quedó subutilizada durante décadas.
Una concesión frustrada
En junio de 2011, el entonces presidente Leonel Fernández intentó dar un nuevo aire al puerto al concesionar Manzanillo a la Corporación Portuaria del Atlántico (CPA), un consorcio privado de empresarios de Santiago.
Sin embargo, la inversión prometida nunca se materializó, y el siguiente mandatario, Danilo Medina, rescindió el contrato en 2012 mediante el decreto 570-12.
La CPA no invirtió ni un centavo, y el puerto continuó sumido en la misma inercia que lo ha acompañado por más de medio siglo.
Hoy, Manzanillo es objeto de proyectos de modernización promovidos por el Gobierno dominicano y la Autoridad Portuaria, con interés en desarrollar el puerto como un hub energético, industrial y logístico del noroeste.
Su profundidad natural, difícil de igualar en otros puntos del país, y su cercanía a polos agrícolas y al comercio regional con Haití lo convierten en una joya logística dormida.
No obstante, las lecciones del pasado —abandono empresarial, falta de continuidad política y limitada visión estratégica— siguen siendo advertencias claras: sin inversión real, planificación a largo plazo y compromiso multisectorial, Manzanillo seguirá siendo el puerto más profundo del país… y el más olvidado.
Epílogo: Profundidad sin propósito
El puerto de Manzanillo es un símbolo de lo que pudo ser y aún puede llegar a ser.
La historia lo ubica en una posición privilegiada, pero solo una estrategia de desarrollo coherente lo sacará de la sombra.
Mientras tanto, sigue esperando… al borde del mar, profundo como su pasado.